sexo, cervezas y algunas otras cosas

8.19.2005

Diferentes de mama

Castel siempre decía que si quería escoger una mujer para toda la vida, te fijaras en su madre, porque con el tiempo, es a ellas a las que acabamos pareciéndonos. La teoría se desmonta cuando miro a mi madre y sus tres hermanas lo poco que se parecen entre sí y lo más bien tirando a casi nada que se parecen a mi abuela.

Y sin embargo, puede que eso explique en parte esta dificultad nuestra para encontrar al hombre perfecto. De toda la vida se ha dicho que las chicas siempre buscamos en nuestras parejas a alguien que se parezca a nuestro padre. Supongo que tradicionalmente esto podía funcionar. El razonamiento es bastante sencillo: yo cada vez me parezco más a mi madre, mi madre y mi padre se llevan bien y papá me adora –en estos casos, uno siempre tiene una capacidad pasmosa para olvidar los malos momentos-, luego si encuentro a uno como papá, la vida será todo felicidad. Y hasta ahí, todo es bastante lógico.

El problema viene cuando ya no somos igual que mamá. He tenido la suerte –y el honor- de haber podido pasar suficiente tiempo con mi madre y con mi abuela como para pensar que las conozco bastante bien. De ellas he heredado muchas cosas pero también –al igual que lo hicieron ellas en su momento- he impuesto mis diferencias generacionales. Otro día podemos hablar de eso si queréis pero el problema al que me refería es el de los chicos. Y es que, como casi todo, los modelos de conducta y de relaciones que fueron buenos para mis antepasadas, se han quedado obsoletos.

Yo podría conocer a un par de tíos que son como mi padre: trabajadores, buenas personas, buenos amigos, generosos, algo básicos, pero esa clase de personas que siempre está dispuesta a hacer cualquier cosa por ti –y no solo por mi, que soy su niña, sino por cualquiera que lo necesite-. Eso debería bastar, no? Y sin embargo, no es bastante.

Pienso en gente como mi amigo Javi, o Roberto,… son personas excelentes. Esencialmente buenos. Y sin embargo, yo no podría construir mi vida con ninguno de ellos. No es una cuestión de amor. Es… que necesito llegar a casa y que mi chico me cuente la última absorción que ha acometido con su empresa, el último proyecto en el que está pensando, que tenga entradas para el teatro o esté haciendo una sofisticada ensalada con un vino exquisito y velas para dos.

Y ahí es donde entramos en conflicto mi yo heredado, ese que han construido generaciones y más generaciones sobre mi historia personal, ese que dice: búscate un hombre bueno y trabajador-que es lo que siempre me dice mi madre- y el tipo de hombre que voy descubriendo que me gusta –ese que todas tenéis tan claro que es “mi tipo”-.

Así que “el hombre perfecto” tiene que haber heredado para mi todos los valores tradicionales, esos q tiene mi papá, y que viven de okupas en mis genes, y haber desarrollado por sí mismo la metrosexualidad. Ejem, ya me doy cuenta de que eso es mucho pedir…

Puede que Jota tenga razón y haya llegado al fin de la “etapa del romance” y sea hora de empezar la “etapa de la estabilización”. Y sin embargo, hay algo dentro de mi que me grita y me lleva a hacer locuras y no engancharme a nadie. Al menos hasta que aparezca “el hombre perfecto”.