sexo, cervezas y algunas otras cosas

10.29.2006

Este es mi discurso para la boda...

El 28 de Octubre de 1956 se producía en España la primera retransmisión televisiva. Todos recordamos imágenes míticas que ya son parte de nuestra propia memoria. A través de la tele tuvimos muertes, guerras, sueños, romances, bodas, y a la pequeña Leonor. En estos años se murió Paquirri, Chanquete y también Franco. Hemos visto el 23F, el 11S, el 11M, y la boda del Príncipe. Descubrimos Hollywood, a Rita Hayword, la Luna, y la sensación de vivir. Y vimos bodas también. Muchas bodas.
Grace Kelly y Marilyn Monroe se casaron también precisamente ese mismo año. 1956.

Cincuenta años dan para muchos recuerdos. Recuerdo a Manolo una tarde de primavera en la plaza de la Lealtad, esperando a Asun a la salida del Hotel Ritz. Recuerdo a Asun caminando coqueta por la Gran Vía y a Manolo bebiendo carajillos al compas del reloj de la Puerta del Sol. Por aquella época, la vida era en blanco y negro y mi tío tenía la nariz más grande. O quizá solo era la cara un poco más retirada para atrás.

Recuerdo también la primera vez que fueron juntos al pueblo, recuerdo a Pepe, con la cara manchada de chocolate, y a Esperanza llena de piojos. Recuerdo que Carmen discutía con ella por alguna de esas mil cuestiones en las que nunca llegaron a ponerse de acuerdo. Recuerdo a Antonio sonámbulo por los montes, rescatando mozas para alegrar las fiestas de La Braña. Y también a Alicia en el sanatorio de Guadarrama y a Jose, que le subía los filetes los domingos por la tarde en la motillo. Recuerdo en blanco y negro.

Aunque quizá, todo esto sea mentira y yo no lo recuerde, porque no lo he vivido, pero como las cosas que pasan en la tele, me las transmitieron y me las creí, y ahora forman parte de mi memoria. quizá solo son historias, pero las historias, son lo que queda. Eso es algo que entendían bien dos personas que faltan en esta mesa. Jorge, que sabe bien que para entender el presente, uno tiene que conocer el pasado. Y mi abuela , que me dejó la mejor herencia que el más rico no podría pagar: su memoria. La experiencia y la fuerza de quién amó en tiempos revueltos y que guardó para la vejez la alegría y la serenidad que seguramente no pudo disfrutar en su vida. Y eso, sí lo recuerdo.

Recuerdo también muchas cosas que he vivido con mis tíos. A mi tía haciendo las mejores albóndigas que he probado jamás, y a mi tío, que me enseñó a montar en bici; recuerdo el bar y los chicles douglas, recuerdo al mecánico, y a maritere, y a ese señor tan pesado que no acababa jamás de irse a Murcia. Recuerdo el dominó y un traje color coral. Y risas que se han dedicado mirándose a los ojos. Recuerdos technicolor.

Y un último recuerdo. Cuando cumplí los dieciocho años, mi tía me enseñó a jugar a la ruleta francesa. Sentadas las dos en la mesa estudiamos al croupier, las bolas, y la mesa y valoramos las posibilidades. Recuerdo que jugábamos a decenas y a rojo/negro hasta que un tipo, absolutamente borracho se acercó en el último momento y tiró la ficha que le quedaba: 10,000 pelas sobre un número, uno solo, cualquiera, al azar. El número que justo salió premiado. Así es la ruleta me dijo mi tía. Así es el juego.

Recuerdo también que aquél tipo cogió el pastón que había ganado en apenas 20 segundos y se fue por dónde había venido sin atisbo alguno de alegría.

La ruleta, al igual que la vida, son juegos de azar. Yo, aquella noche, gané 10.000 pelas en el casino, y aprendí que el dinero solo te hace feliz cuando no lo tienes, que la vida solo es divertida si apuestas con todo tu entusiasmo y que aún cuando lo haces, no siempre ganas, pero que si ganas, rozas el cielo con la punta de los dedos.

Enhorabuena, tíos. Habéis ganado. Ahora solo me queda saber si os atrevéis con el vals…