sexo, cervezas y algunas otras cosas

7.31.2006

1984


En 1948, George Orwell escribió una novela que cambiaría la forma de ver el futuro. Ambientado en un Londres nada lejano, "1984" hablaba sobre un mundo deshumanizado y gris, dominado por la burocracia, la propaganda y el miedo. Un Gran Hermano lo vigila todo y los hijos pequeños denuncian a sus padres por traicionar al Partido Único.

Aunque Apple quiso cambiar las cosas, muchos analistas han visto en la sociedad actual detalles de que empezamos a convertirnos en ese tipo de sociedad que describió Orwell. La semana pasada, sin ir más lejos, tuve que ir a hacer un trámite a Azca y de pronto entendí por qué hay tantos a los que les aterra que podamos llegar a convertir nuestro mundo en algo así. Perdida en mitad de un complejo de oficinas, que por cierto fue proyectado al mismo tiempo en que Orwell escribía su novela, cuando el Bernabeu estaba a las afueras de una ciudad que transcurría plácida, como tantas otras, a la orilla de su río y sus pocos patos.

En 2006, aquel proyecto de centro económico y financiero, sinergia empresarial, estandarte del progreso económico de la ciudad se ha convertido en un lugar deshumanizado, árido, y confuso en el que me sentía incapaz de encontrar el número 75. Nadie. Nadie en absoluto en la calle. Ni bares, ni porteros, ni siquiera una triste recepcionista. Solo escaleras, cámaras de seguridad y el sol sobre ese suelo blanco. Y la presencia latente de un Gran Hermano que todo lo vigila...?

Afortunadamente, no me hizo falta "abrir los ojos" para saber que Madrid es algo más. Por la tarde estuve en la parte sur de Madrid, recorriendo para arriba y para abajo la ribera del Manzanares. Y allí, hacinadas como en el pasado, juntas para ser más fuertes, cientos de tiendecitas, de mercerías y jugueterías, y tiendas de muebles, y bares de barrio, presentaban franca oposición a la deshumanización del progreso.

Eso es lo que hace que adore Madrid, sus obras eternas, sus atardeceres en los que la ciudad, por unos instantes, se queda suspendida del rojo del sol, sus parques, sus coches, su chulería, su picardía, y sobre todo, sobre todas las cosas, su variedad.

Solo en la última semana, he hecho más de cuatrocientos kilómetros por estas calles y por raro que parezca, en cada rincón de esta ciudad encuentro un recuerdo, y al volver al mismo escenario, me viene a la cabeza, como a una vieja actriz, aquél monólogo tan exitoso, o aquél que me hizo llorar. Joaquín Sabina dijo que era una ciudad "imposible pero insustituible". Quizá tenga razón. Al fin y al cabo, él fue quien nos compuso el himno.


Allá donde se cruzan los caminos,
donde el mar no se puede concebir,
donde regresa siempre el fugitivo,
pongamos que hablo de Madrid.
Donde el deseo viaja en ascensores,
un agujero queda para mí,
que me dejo la vida en sus rincones,
pongamos que hablo de Madrid.
Las niñas ya no quieren ser princesas,
y a los niños les da por perseguir
el mar dentro de un vaso de ginebra,
pongamos que hablo de Madrid.
Los pájaros visitan al psiquiatra,
las estrellas se olvidan de salir,
la muerte viaja en ambulancias blancas,
pongamos que hablo de Madrid.
El sol es una estufa de butano,
la vida un metro a punto de partir,
hay una jeringuilla en el lavabo,
pongamos que hablo de Madrid.
Cuando la muerte venga a visitarme,
que me lleven al sur donde nací,
aquí no queda sitio para nadie,
pongamos que hablo de Madrid