sexo, cervezas y algunas otras cosas

3.07.2007

Santa Felicidad

Hay días que uno tiene que reírse de sí mismo y mejor si lo puede hacer delante de alguien. Hay días que tiene que llorar y necesita más que ser abrazado, abrazar. Hay veces que simplemente necesitamos proyectar nuestros pensamientos fuera de la cabeza y es bueno no contárselos al aire, porque el aire no escucha. Para mi, desde este verano, está Felicidad. Hoy es su santo, por eso quiero contaros esta historia; la historia de mi muñeca...

A 415km de casa, mis padres decidieron establecer nuestra segunda residencia. Lejos de la familia, del pueblo, de los amigos, y del ordenador, nos compramos un apartamento en un pueblo en el que solo conocíamos a los vecinos de arriba y tampoco me caían muy bien. El piso tampoco me gustaba. Estaba lejos de todo y solo podía salir de allí con mis padres. Ir a aquella casa era como un castigo.

Pero en mitad del castigo descubrí algunos placeres realmente singulares, e impagables. En aquel piso mis padres encontraron un momento para relajarse y reír y bromear todo el rato. Yo encontré tiempo para cortarme el pelo, para hacerme amiga del estanquero que me prestaba todas las pelis que yo queria, para cocinar, para escuchar a Manolo Escobar y tomarme un dry martini viendo el sol entrar por la ventana. Y para pasear...

Encontré también una habitación vacía en la que no necesitaba nada, así que no tenía nada. Solo una cama y un cabecero de forja que puse con el tiempo, cuando me enamoré de él en una tiendecita donde no lo buscaba...

Venderla fue una decisión práctica, y vaciarla una labor de equipo. He de decir que esa casa nunca me produjo ningún dolor. Pero como de todas esas paredes entre las que alguna vez has soñado, debes despedirte. Y a veces, merece también la pena aferrarse. En aquella despedida encontré a Felicidad. Era solo una muñeca vieja guardada en un trastero que ni siquiera conocía, pero cuando la llevaba hacia mi coche, me di cuenta de que muchas cosas habían cambiado en mi vida para siempre.

De pronto había cerrado aquél piso donde había encontrado la paz, y el pilar donde empezar a ser la mujer que quería ser, y en el momento más feliz de mi vida, había conseguido desligarme de la tutela de mis padres tanto económicamente, como en el vehículo familiar. Estaba allí porque así lo había querido, había llegado conduciendo mi propio coche y no dormitando en asiento de atrás del familiar de mis padres.

Cuando las setecientas cajas estuvieron acoplados en mi coche, y apenas quedaba sitio para mi, debajo del costurero de palo de rosa que mi madre tampoco quería guardar en el almacen aún quedaba sitio para la muñeca. La senté allí y le puse el cinturón. Fue una tontería como otra cualquiera de las muchas que hago a lo largo del día, pero allí sentadita, con su cinturón abrochado, me di cuenta de que ya no querría bajarla.

Siempre he sabido que un coche tiene que ser reflejo de su dueño, de sus vivencias, de sus viajes, de sus ilusiones, de su frikismo... El primer coche es como el primer amor y en él, había dejado una piña, la manzana y la manta naranja.

El saxo era una nueva vida, y Felicidad, mi nueva acompañante.

En estos meses, ha sido objeto de malos tratos y burla por parte de envidiosos y graciosillos, pañuelo donde secar algunas lágrimas, objetivo de curiosos, que la han observado atentos justo antes de asegurar que yo estaba totalmente pirada y hasta le ha salido un amiguito. Yo, por mi parte, soy muy consciente de que solo es una muñeca, pero no deja de hacerme gracia las pasiones que levanta... En el fondo, casi todos esos quisieran tener también su propia Felicidad